La Pigmentocracia

América latina: la pigmentocracia

¿o el camino no resuelto?

 

Al menos una de las grandes dificultades que ha atravesado este continente, junto por cierto a la precaria organización de sus estados, y a una permanente o estructural debilidad económica, ha sido sin dudas la dificultad para resolver el cómo superar la estructura racial,  bien lo señala Rouquié[1], que América Latina es un continente mestizo, este cruce sin embargo no condujo a la asimilación total de los segmentos sociales dominados, ni a una sociedad igualitaria de las sociedades coloniales, pues todo lo contrario se instauró una “sociedad de castas”[2]. De allí que no se debe subestimar la importancia del mestizaje en las sociedades latinoamericanas, ni del ideal de supremacía blanca que subyace detrás.

 

En la misma línea argumental Quiroga (2002), señala que “todo el andamiaje ideológico fue construido sobre la base del desdén racial, reflejo —por lo demás— de una cultura elitista que encontró en Europa los argumentos para justificar ideas como la de la preeminencia blanca, la del rol dirigente de la elite e incluso los argumentos para justificar la mismísima historia de los países de la región.(…) De este modo se fue sembrando el desprecio a los pueblos originarios, “ese indio perezoso”, condición que emana del positivismo europeo  del rol civilizador  del blanco respecto de este “buen salvaje”, esa misma  “elite blanca que termina silenciando de paso el rol del bajo pueblo, relegado al peso cotidiano de las faenas productivas o la servidumbre”[3].

 

Con la llegada del conquistador español este espacio, que llamaremos Latinoamérica, sufre grandes cambios, pues los recién llegados intentan apropiarse de el y a la vez inician un proceso de profunda transformación del mismo. Lo anterior, según Böhmer[4] debido a esta mirada de las tierras del nuevo mundo como ilimitadas, respaldadas en el conocimiento de su cognosciencia que su propia tradición científica- y en buena parte literaria- les confiere. De allí que se impacten profundamente, pues descubren algo que no estaba en los registros clásicos del pensamiento europeo.

 

Esta tradición española se fundamenta  en la idea de “el buen salvaje, Civilizar la América, humanizarla de esta Barbarie, por tanto todo el espacio, es considerado un espacio vacío, en otras palabras, el conquistador español considera que cualquier espacio se encuentra vacío y por tanto ocurre muchas veces, en la mayoría de ellos para ser más exactos que se encuentra con una cultura y no la ve. Tal es el grado de miopía voluntaria que inclusive no ve a los seres humanos que la habitan.  De este modo este espacio, este territorio es considerado inerte, vacío sin valor, pues lo que no existe deja de existir como sujeto de derecho.

 

 

 

Polaridad de la Tradición y la Modernidad

 

Esta dualidad entre un polo moderno y otro tradicional, podemos leerla en el sentido que la expresa el argentino Sarmiento y los liberales del siglo XIX, y cuya tarea está asociada a la empresa de la modernidad, y dice relación con que la “civilización occidental triunfará sobre la barbarie americana, y poco a poco la racionalidad capitalista dominará las relaciones sociales[5]. En tanto lo tradicional, reduccionistamente, “lo americano”, se ve como el freno a las buenas pretensiones de la occidental civilización.

 

En este sentido la existencia de estas dos sociedades, a nuestro entender complementarias y coexistentes, expresa lo que Rouquié llama el principio de unidad de los contarios, es decir un mecanismo fundamental y estable del sistema, en donde el predominio es ejercido profusamente por el polo moderno de acuerdo a sus necesidades e intereses. De allí que las oligarquías americanas pueden ser tanto más modernas en el plano de las ideas y los gustos, cuanto más  se aferran a una dominación social de tipo patrimonial, utilizando tanto los recursos de la modernidad como los de la tradición para mantener el orden y los privilegios nacidos de la “desarticulación” de las relaciones sociales.

 

Habría que mencionar también y muy brevemente que ese polo moderno en Latinoamérica representa en nuestras sociedades una marcada tendencia de conservación de estructuras mentales-formas de pensar tradicionales- que no han sido superadas, y cuya estructura de poder y connotación social se basa en la TENENCIA DE LA TIERRA, pues ello connota abolengo, incluso más que otras posesiones materiales.

 

Podemos preliminarmente dejar establecido que la  base de dicha tradición se basa se basó en la posesión de la hacienda, que da prestigio social y estructura bases de la economía local, como una estructura social y económica fundacional de nuestra sociedad latinoamericana.[6]

 

 

América: las nuevas repúblicas

 

 

Muchos autores resaltan el hecho de que el desarrollo capitalista en las nuevas repúblicas latinoamericanas, requirió de grandes cambios en las instituciones y en particular en relación a las vinculadas al cambio respecto de la tenencia y la propiedad de la tierra. Las mercedes de tierra otorgadas por la corona española dieron origen a inmensos latifundios improductivos, los que se transformaron posteriormente en propiedad privada en forma de haciendas. Este proceso adquirió proporciones imponentes sobre la base de asignaciones de tierras públicas, de expropiación de las tierras eclesiásticas[7] y asignación o venta de esas tierras a particulares y de la asignación de las tierras de los pueblos indígenas [8].

 

Alrededor de 1914 se inicia una segunda fase del proceso de integración de la economía latinoamericana en la economía mundial, caracterizada por una mayor participación de capitales europeos (explotación de minerales y recursos naturales), y una  mayor presencia de los capitales extranjeros (bancos, empréstitos),. Es en este sentido que la llamada “modernización”, despliega  un gran esfuerzo de inversión privada y pública, y se crea el gran mito del desarrollo, como signo de progreso, apertura a la movilidad social (sólo lo exterior) lo que influye en una mayor depreciación de los productos en el mercado internacional, por tanto se empieza a depredar los terrenos (expansión de la hacienda, mayor producción) esto influye gravemente en la opresión de los indígenas, quienes progresivamente se van quedando sin tierras, y forma parte de la  instauración de los sistemas de servidumbre.

 

Con la crisis de año 1929, las naciones latinoamericanas, deben emprender caminos más eficientes, un camino  que acalla los modelos de sustitución de importaciones, impulsando modelos de crecimiento al interior, lo que se conoce como el desarrollismo de la CEPAL.

 

 

La aceptación del despojo y la explotación de los indígenas[9] 

 

Volviendo al tema del ensayo, podemos decir que contradictoriamente con el progreso que significó el fin de la esclavitud, el siglo XIX en muchos países de latinoamerica, fue una época en que continuó el despojo, el sojuzgamiento y la explotación de la población indígena, cuando no su exterminio puro y simple. El advenimiento del sistema republicano conllevó a la derogación de las leyes que protegían a las comunidades indígenas y la ocupación de territorios indígenas que habían sido respetados durante el dominio español. Argentina, Bolivia, Chile, México y Centroamérica presentan claros ejemplos de esta afirmación, aunque la enumeración de éstos no excluye a los demás países. 

 

Según Aranda (1999) en Chile, las campañas militares para ocupar una extensa porción de territorio al sur del río Bío-Bío y para terminar de dominar a los araucanos[10] se prolongaron durante unos 40 años, los que culminan con las campañas de 1880 a raíz de haberse producido un levantamiento generalizado de los araucanos con ataques armados a los fuertes militares y la ocupación de haciendas y algunas poblaciones. En México, hubo con frecuencia expediciones militares para liquidar rebeliones de pueblos indígenas que protestaban, a veces con violencia, por el despojo de sus tierras.

 

Más al sur de Chile, en el territorio Williche de San Juan de la Costa, aparecería este fenómeno de las tenencias de las tierras y sus “legalizaciones” por parte de privados y el Estado-nación chileno, con una diferenciación respecto de los mapuche centrales, en el sentido de que estas comunidades permanecieron todo el tiempo en una ocupación material de sus territorios ancestrales y vieron cómo aparecieron los nuevos dueños con papeles que señalaban que sus tierras ya no les pertenecían.

 



[1] Rouquié, Alain, “Extremo Occidente”. Introducción a América Latina, Editorial Emece, abril, 1991, Buenos Aires, Argentina.

[2] Rouquié  señala que esto depende básicamente de las jerarquías de sus componentes étnicos.

[3] Quiroga Z., Patricio, “América Latina: Predominio y Crisis de la Oligarquía (1880- 1930)”, en revista América Latina Nº1, Santiago de Chile, Universidad de Arte y Ciencias Sociales, ARCIS, Doctorado en el Estudio de las Sociedades Latinoamericanas, 1er semestre 2002, pp. 200 ss.

[4] Karl Böhmer, clases presenciales del programa de estudios doctorales de Cultura y Educación, Universidad ARCIS, Santiago de Chile, Julio de 2007

[5] Rouquié, Alain, “Extremo Occidente”. Introducción a América Latina, Editorial Emece, abril, 1991, Buenos Aires, Argentina. p.. 87

 

[6] Karl Böhmer, clases presenciales del programa de estudios doctorales de Cultura y Educación, Universidad ARCIS, Santiago de Chile, Julio de 2007

 

[7] La expropiación de las tierras eclesiásticas benefició en forma exclusiva a las oligarquías criollas, en el caso de Chile, una vez consumada y consolidada la independencia, el gobierno de O¨Higgins, expropió las tierras del mayor terrateniente, las órdenes religiosas.

 

[8] Aranda, Sergio, “El Contexto Mundial”; “la Constitución de las Nuevas Repúblicas y Naciones: Evolución; Política e Institucional (cap.V); “Algunos Casos Nacionales” (cap. VI), en América Latina: Transformaciones Fundamentales Desde la Independencia, Venezuela, Universidad Central de Venezuela; Consejo de Desarrollo Científico y Humanístico, 1999, pp. 55-152

 

[9] Ibid.

[10] Concepto que emana de la designación ella por los españoles o winkas, respecto del pueblo Mapuche